El Tarotista de Múnich
De lo único que se acordó Sixtus Daniel al despertar, fue que vivía acompañado. ¿Pero de quién? y ¿desde cuándo? Todo intento de recordar fue inútil. Su memoria se perdía en una nebulosa lejana, devorada por la oscuridad. Su único punto de referencia fue el vértigo de un presente que se alejaba cada vez más de Dios. Le sudaba la frente. Asustado, y armándose de valor, decidió abrir los ojos. En la penumbra de su alcoba vio asombrado cómo se proyectaba al pie de su cama una silueta translúcida, que poco a poco mostraba más formas y matices. Estupefacto y temeroso extendió las manos y palpó levemente un cuerpo cálido de mujer. Sintió su piel suave. Una sonrisa borró la incógnita dibujada en su rostro. Lo alzó y vio en esos ojos, su propia imagen. Los cerró, y probó el néctar de esos labios entreabiertos, olió un aroma entrañable y se le vino a la mente su nombre.. Era ella, la que estuvo con él en los principios. Ella dormía en lodos siderales cuando él inventó su cuerpo con sus manos, la formó con sus labios, con su piel, y la hizo suya en un movimiento. Al despertar, su amada ya había partido, llevándose el mejor de sus sueños de hombre. La vida sucede en un instante. Somos ese instante en donde se oculta la eternidad.
Una tribu gitana llega al Santo Reino Romano Alemán. La peste negra está difundida por todas partes. En su camino pasan por pueblos fantasmas, regiones desoladas. Un hedor a cadáver expide la región. Unos campesinos que trabajan, al parecer sin tener signos de la epidemia, caen de pronto muertos como si les hubiera partido un rayo. Sus pezones muestran hematomas de la peste. Los que tienen rupturas de los vasos sanguíneos, manchas en la espalda, logran misteriosamente agarrarse a la vida; otros sobreviven unos días hasta empezar a delirar. Su orina es transparente y su cuerpo se llena de manchas azulinas, hasta que fallecen. En unos hombres es notorio que ya padecen de la enfermedad porque tienen el pene erecto. A unas mujeres les gotea al piso un líquido por entre las piernas. Ojos vacíos, desconfiados miran pasar la caravana colorida de los gitanos.
Un grupo de sobrevivientes apedrea a unos judíos acusándoles de haber causado el mal envenenando los pozos de la región. Sospechan de ellos, porque no tienen la dolencia. Lo que no saben es que los judíos no se contagian porque en sus rituales religiosos prevalece la higiene.
1580. Atardecer en el gueto judío de Praga. En el sótano de la vieja sinagoga, el cabalista, Low, había iniciado el rito mágico de la creación del golem: moldear un hombre de barro y darle vida con una palabra. Mientras el rabino formaba su cuerpo, pronunciaba diferentes combinaciones de las letras hebreas. Luego de terminar las letanías, inscribió en su frente la palabra "emeth" que en hebreo significa ʺverdadʺ. Acercó su boca al oído de la criatura de barro, y pronunció una fórmula secreta.
El golem abrió los ojos. No tenía sexo, no podía hablar, pero obedecía. El rabino le ordenó que se levantara para traer leña y agua. El golem salió de la casa, pasó erguido por la puerta y se fue por la callejuela. ¡Qué extraño!, pese a que se alejaba, su tamaño no disminuía en la distancia. Cuando retornó, al pasar por la puerta tuvo que encorvarse para poder entrar. Había crecido tanto que trajo en una mano una gran parva de leña y en la otra un tanque lleno de agua. Cada minuto crecía más y más. Al mover sus brazos destruía los muebles. El rabino estaba en peligro. Si su criatura continuaba desarrollándose así, pronto iba a desbaratar la habitación, no tardaría en derrumbar la casa, destruir el gueto, acabar con la ciudad, el país, el mundo, y un día destruir el universo. El rabino no sabía qué hacer, hasta que se le ocurrió algo: le ordenó que le ayudara a sacarse las botas. Cuando el gigante se agachó, aprovechó Low la oportunidad para borrar de su frente una letra de la palabra ʺemethʺ, la primera letra del alfabeto hebreo, ʺalephʺ, א, convirtiéndose así la palabra ʺemethʺ en "meth", que significa “muere”. Así sucedió, pero ya era muy tarde para el cabalista, el golem había crecido tanto, que la inmensa cantidad de barro que se desmoronó lo sepultó en vida.
Tal como lo habían profetizado cabalistas del siglo XVl, los secretos de la inmortalidad se llegarían a conocer por el año 2.000. En 1998, científicos americanos hicieron titulares en El Times de Nueva York y en El Times de Los Ángeles con la noticia de la producción de células humanas inmortales. Cuatro años antes había publicado la casa editorial Doubleday, de Nueva York, el libro de Frank J. Tipler « La Física de la inmortalidad ». Un vano, pero peligroso intento de anular la teología, de sustituirla con la cosmogonía. Las ciencias naturales, ante el hecho de la muerte, intentan así dar una esperanza y consuelo, como lo hace, a su manera, la religión.
ʺLa naturaleza ha empezado a liberarse de la sombra de Diosʺ. Esta convicción la comparte J. Tipler con los Extropianos, un grupo de científicos en California que se han agrupado en torno a Max Mores, un alucinado de las posibilidades del desarrollo infinito de la tecnología. Para ellos la humanidad no ha sido nada más que el experimento continuo con el cuerpo vivo. Otro miembro de ese grupo, Severino Antinori, médico de la reproducción, declaró en el año 1999, en una entrevista para el semanario Die ZEIT, de Alemania, que ya había llegado el tiempo para prolongar la vida humana y corregir las deficiencias de la creación. Según ellos, luego de siglos de sumisión ante las leyes naturales, el ser humano intenta manipular el destino biológico y crearse a sí mismo. Esta gente niega la existencia del espíritu, pero cree en la resurrección del cuerpo entre los muertos como clon.
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