Parado frente a la inmensidad del mar contemplo su oleaje que llega a vaciarse a la orilla causando un inmenso estruendo cuando golpea la arena. Las olas parecen bailar a un son de ida y vuelta y se arrastran por la arena para terminar enroscadas a mis pies. Se convierten en una espuma suave, calientita que me acaricia y luego desaparece besándose con la arena para regresar a la profundidad.
El mar se expande tan lejos como puedo ver y va cambiando de colores según el color del cielo y la luz del sol. Es hermoso con su variedad de colores azules, verdes y grises. Los sonidos de las olas se mezclan con los llamados de una pareja de gaviotas enamoradas para formar una música encantadora. El vaivén de las olas me hace sentir como si estuviera sentado en una mecedora a punto de quedarme dormido.
Levanto un caracol y mi instinto me obliga a olerlo. El olor a sal le quedó plagado después de haber sido acariciado por el mar. A la distancia no puedo distinguir entre el océano y el cielo porque se funden en uno y por un momento parezco contemplar la eternidad. Cuando cierro los ojos, puedo sentir su energía.
Frente al mar estoy hechizado y todos mis sentidos están atentos. No existen palabras pero nuestra comunicación es perfecta. Estoy parado en un mundo de pensamientos. El mar me conoce, sabe lo que anhelo y con una leve brisa me confirma estar de acuerdo. Observo un barco al horizonte y recuerdo que el mundo no es cuadrado porque de lo contrario aquel barco hubiese naufragado. Yo también quiero cruzar el charco y deseo ver el otro lado. De pronto me encuentro en un diálogo telepático y poético con el mar, algo que nunca me había pasado.
-Oye mar que necesito tener para llegar al otro lado? -Necesitas fe y paciencia y un corazón entusiasmado.
-!Ay! Mar es que no sé lo que hay, mira que nunca he viajado. -No hay mucho que te pueda decir, es lo mismo en todos lados.
-Mar tan siquiera un poquito, mira que estoy asustado. -No pienses en naufragar, antes de haber navegado.
-Mar al menos cuéntame un chin, quiero llegar preparado. -Bueno te contaré, luego no estés aterrado.
El mar me contó que al otro lado había oportunidad, prosperidad y riquezas. Lo mismo que me decían los que de allá regresaron. Cruzar el Charco no es más que tomar una decisión y puede ser física o una gran emoción. Hay que prepararse porque será radical el cambio. El mar no dejaba de hablar y continuaba contando…
-“También al pasar de los años habrán desengaños, desilusiones, ofensas y agravios. No te descuides porque estarás lejos y necesitarás consejos. Haz lo bueno y no sucumbas al desprecio. Confía en Aquel que es dueño de todo y espera sin titubear. No olvides de donde saliste y si tienes que regresar… este mar puertorriqueño te llevará a tu dulce hogar”.
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