«Si yo tuviera veinte años menos…, pero con mi experiencia actual…». Esta es la frase más común a todo adulto, después de habernos resignado a la imposibilidad de hallar la soñada «Fuente de la Eterna Juventud».
Sin embargo, a pesar de todo, todavía persistimos en acariciar la imposible quimera de “que por esas cosas del destino” un mágico encantamiento nos sitúe en la posición de transformarnos en nosotros mismos, pero veinte años más jóvenes… y “con la experiencia que tengo ahora”.
Así es el hombre que vivió su pasado, y sigue viviendo su presente realidad especulando sobre los ficticios recursos de un imposible futuro que, bien sabido es, nunca aflorará. Y esta es la cruda realidad desde cualquier perspectiva.
Este afán de querer convertirnos en un efectivo partícipe del mundo esotérico se lo debemos al cine y a la lectura ligera. Pero más que todo, a aquellos fabulosos cuentos que nos leían cuando éramos niños.
Sí, esos han sido los responsables de que el hombre haya construido sus absurdos principios sobre un fundamento tan irreal. Irreal como el lápiz transformado en nave espacial por la imaginación de un niño. Irreal como la inminente fortuna que un adulto vaticina en su futuro.
Y ambas ilusas realidades siempre viven recónditas en aquella parte intocable de la memoria, tanto del niño con el lápiz en su presente, como en la del adulto con la fortuna en su futuro. Y esta fehaciente realidad nos es común a todos.
«Mi Regreso Desde La Infancia» Es la insólita historia de cómo, misteriosamente, un hombre regresa a su temprana infancia rehaciendo su vida con un nuevo comienzo. Pero no con veinte años menos, sino ¡con sesenta años menos! Y con su misma experiencia.
|